Scort


—Espera… —dijo Cynthia dudando.

—¿Qué, no te agrada? — Emoi volvió a mirarse desconcertado.

—No es eso, pero como que desencaja en el tono.

—Entonces no va.

—No lo sé… todo depende de qué tipo de mujer veas.

—Eso lo sabes tú.

—Sí, pero aun así no lo sé del todo. Quítate todo. Ponte el traje que está encima de la cama.

—¿Cuál de todos?

—Todos.

 

     Emoi siguió todas las indicaciones y después de cambiarse varias veces terminó cansado y dijo «basta. Ya es hora, me voy».

     Lleva una máscara al rostro y encima gafas oscuras. Él espera tranquilo al lado del paradero y no se inmuta a las miradas de incertidumbre de quienes circunstancialmente también estaban a esa hora. Era delgado de contextura y vestía según la tendencia de la moda. Sacó su teléfono del bolsillo y contestó a los mensajes que le llegaban; después de hacer esto, levantó la mirada de forma pausada y revisó el horizonte en la perspectiva de autos y combis que se acercaban. Entre ellos alguien le hizo un cambio de luces y se aparcó próximo al paradero.

 

—Hola.

—¿Emoi?

—Sí. Vamos.

 

     Sin mediar palabra alguna, Emoi sacó una tarjeta de su Blazer y se la entregó. En la tarjeta estaba impresa una dirección específica y era ahí hacia donde tenían que ir. El trayecto hasta ese punto fue todo silencio.

     Llegaron a una urbanización enrejada, donde él sacó un llavero y presionando un botón abrió cada puerta que se presentaba, hasta entrar a un garaje. Bajaron del vehículo, ella lo siguió por las escaleras hasta entrar a una habitación con iluminación tenue y música de piano. Él siguió hasta cruzar al otro extremo donde había una mesa redonda con algunas botellas, sirvió un par de vasos y fue en dirección a ella.

 

—Sírvete, sé que será de tu agrado.

 

     La tomó por la cintura siguiendo el ritmo de la melodía y empezó a bailar. Ella lo dejó seguir y mientras miraba alrededor con incertidumbre y sensación de incomodidad. Bebió un sorbo más, pero se detuvo.

 

—Espera, no sé, todo esto es muy extraño…

 

     Él levantó su índice hasta la altura de sus labios, hizo un gesto como de guardar silencio. La rodeó con sus brazos por detrás, y al compás de la melodía la llevó por el centro de la habitación en un baile lento y relajado. Pero Emoi sentía la tensión y resistencia de ella y de manera delicada trató conducirla hacia la cadencia del compás y llevó sus manos hacia los hombros rígidos de su acompañante y dio un corto masajes a su cuello tenso.  

 

—Cierra los ojos. Respira hondo —Le dijo en un susurro.

 

Cogió una corbata de seda que estaba colocada en la parte inferior de la cama y la anudó en la cabeza, impidiendo que pudiera ver, entonces él se quitó la máscara y con sus labios empezó a besar el cuello aún rígido. Untó sus manos con una crema de fragancia agradable y dispuso a frotar con caricias suaves por los hombros de ella, haciendo presión y así relajar cada músculo contraído.

­

—Shhuuu… cálmate, pierde cuidado —dijo en un susurro confundiéndose con el exhalo.

Sus manos recorrían su cuello rígido y con su respiración pausada y fuerte, detrás marcó el ritmo a seguir. En el descenso palpó su cuerpo tenso y con cada caricia empezó a ganarse la confianza, así lo sintió tocándola, viendo como el cuerpo de ella empezaba a ceder a su trato.

—No. Espera, por favor. No quiero. Basta —Dijo resollando un poco, tomó asiento en el mueble próximo.

 

Emoi fue por un vaso con agua para ofrecérselo.

 

—No haré nada que no quieras hacer, mi función no es hacerte sentir un placer ajeno, impropio, sino todo lo contrario, yo estoy para que tú me sientas y no tengas otra necesidad emocional que la tranquilidad. Calma, bebe.

—Creí que podría hacerlo. Los hombres lo hacen ver tan fácil. Van, pagan. Se complacen a elección y ya, todo sigue igual. Pero no es así de fácil para mí.

—Para nadie —dijo Emoi, dando un suspiro—. Parece fácil, dices, pero, así como la palabra significa, no lo es. Siempre me invade una duda grande, un miedo que no tengo cómo describir. Tú, pareces tan resuelta, tienes esa mirada franca, y das esa confianza que me ayuda a no tener ese pavor. Porque eso que me invade viene así: pavor —. Cogió el vaso de su mano y después de suspirar, bebió un sorbo y sentado al lado de ella, apoyó su cabeza en el hombro. Ambos contemplaron su silencio, en la cadencia de su respiro.

—Cómo te llamas.

 

Él sabía a lo que realmente ella se refería, cuando escuchó la pregunta, pero quiso vacilar.

 

—Emoi.

—En serio. No me digas eso.

—Mariano. Mi nombre es Mariano. Pero no preguntes más.

—Me gusta, te calza mejor que Emoi.

—Gracias. Pero no puedo darme a conocer como tal, y el otro nombre, aunque ridículo, pega. Por la misma razón.

—Eres muy amable, sabes.

—No es que sea amable. Pero me gustas. Y estar así, sintiendo ese aroma tuyo, me atrae a ti. Sabes, no necesito saber nada de ti, para querer estar a tu lado. Me gustas. Simple.

 

     Al terminar de pronunciar la última palabra acercó su rostro y le dio un beso en la mejilla, repitiendo otro aún más lento, tras otro. Besó sus labios; y tomó sus manos y las besó, también. Entonces, se puso de pie y le hiso como una reverencia para iniciar un baile. La llevó por una cadencia tranquila, suave y la volvió a besar.

 

—Dejaré todo atrás. Nada vale la pena. Quiero verte sonreír, como ahora, pero lo que resta de nuestros presentes.

 —Qué dices.

Acercó su rostro tan cerca a su oído que fue casi un susurro.

—Eso que escuchas: tú me gustas.

 

     Levantando las manos de ella la besó intensamente. Siguiendo las pausas de su respiración como al unísono, la abrazó y no se contuvo a amarla.

     Al aparecer los albores del día, Emoi estaba levantado de la cama y luego de vestirse, recogió la máscara cerca del suelo. Preparó tostadas con jugo de naranja, se acercó a la cama con una mesita, y con un beso la despertó.

 

—Hola. Buen día.

—Buen día.

—Te encuentras bien —preguntó Emoi, con una mirada contemplativa. Acercando la mesita junto a ella.

—Sí.

—Ten, esto te hará sentir mejor.

—Gracias. Pero dime por qué usas de nuevo la…

—¡Ah!… para… no es nada. Costumbre, sírvete.

—Te volveré a ver.

—Sí. Cuando gustes. Pero ahora me tengo que ir. No te preocupes por hacer la cama, no vivo aquí.

 

Emoi, cruzó la habitación y cerró la puerta tras de sí. Encendió un cigarrillo, y siguió su marcha. Llegó a un parque cercano en tanto exhalaba bocanadas largas, tomó asiento y guardó la máscara. Estuvo un rato hasta terminar el cigarrillo y fue en dirección al sauna, pasaría las siguientes dos horas, luego al gym para finalmente después ir a descansar a su habitación. Su teléfono recibía varias notificaciones de mensajes. Todas eran de Cynthia. Decían «A las ocho te espero. Cita a las nueve».

     Él no acordaba nada, para tal fin prefirió tener un operador que le serviría de filtro y que eligió mujer, sin opción ni consulta o a réplica al nombre que la identificaría y que escogió: Cynthia. El azar jugó a su favor, porque conoció tras un accidente confuso a una joven universitaria que después de mucho tratarla cayó en la idea de que era la indicada para sus propósitos, pero sudó en frío en los varios intentos para pedirle que fuera su asistente. Pero tomó valor y le contó a lo que se dedicaba y también lo que necesitaba para tener algo de orden. Ese algo fue un decir vago que siempre tenía como una muletilla.  Porque Cynthia tenía todo bajo control y orden. Recibía las llamadas, respondía todas las interrogantes y despejaba las dudas. Era una labor pesada en algunas ocasiones, pero era parte del trabajo y no le generaba mayor molestia que la paciencia. Ella organizaba todo, lugar, hora, y vestimenta de Emoi. Estudiaba administración, pero no tenía inconveniente, usaba a su favor la tecnología para tenerlo todo en orden y programado. No tenían otra comunicación más que solo comunicado de citas. Sin embargo, las veces que ella seleccionaba el guardarropa para Emoi, lo citaba y le pedía que modelara para ver si lo elegido era lo correcto. Él no ponía objeción.

­

—¿Por qué somos infelices si tenemos la capacidad para no serlo?

—¿qué cosas piensas? …quítate esa camisa y ponte la roja.

—¿Cuál es mi labor? ¿Soy feliz haciéndolo?

—¿Por qué te preguntas cosas tan complicadas? Acaso no tienes preguntas de cultura general como ¿cuál es el río más largo?  ¿cuál es la ciudad más fría? Cualquier cosa que puedas ver en Google.

—¿Sabes por qué aún sigo en esto?

—Uhmmm no, pero no creas que me quita el sueño. Tu trabajo o el mío no es para preguntas de tránsito. Lo duro es soportar que tú o que yo estemos sin hacer nada sintiendo el golpe de nuestros anhelos por querer algo y no poder pagarlo. Quítate y ponte el pantalón gris — dijo Cynthia en un tono caso de reprimenda, aguantando la cólera y evitando no perder la cordura.

—Está bien. Pero no te pongas así…

—Vístete. A ti de te debe importar lo que digan en ese momento la clienta…

 

 

 


Publicar un comentario

0 Comentarios