ENVIO

  



Estaba esperando en un ambiente amplio e inmenso de columnas y vidrios. Una  línea amarilla delimitaba el espacio frente a mis pies y tenía al frente a una ventanilla desocupada. Empezaba febrero y no venían muchas personas, estuve solo esperando a que me atiendan, esperando que la lluvia dejara de caer y no había traído el paraguas. El día comenzó limpio y al igual que los meteorólogos creí que hoy, a diferencia de  días anteriores, el cielo estaría despejado de corrido. Afuera, todos de prisa, por las veredas deseando no mojarse, un deseo inútil. Eran perseguidos y presas, sin perseguidores. La calle es fúnebre en un cortejo que parecía no tener destino. Nosotros vivimos así. No hay melodía que recree todo este engranaje de gente solitaria. Hay viento, cae mucha agua.

Este silencio aturde, no sé a qué me lleve, incomoda, entonces la miro y presiento que también me mira. No hay nadie en la ventanilla y estamos esperando a que nos atiendan para que sellen nuestros sobres y nos dejen enviarlos a sus respectivos destinos. Mi carta solo llega a Tacna y la de ella a Madrid. Este silencio es agobiador y si no vienen dentro de poco, grito. Pero solo es un pensamiento vago y solo soy una ficha inútil del destino que ponen a prueba para observar qué resulta de los intentos… entonces la miro y mi emoción débil cede a su belleza que atrae demasiado, no quisiera quedarme callado a su lado, a su detrás, delante mío como en otras tantas oportunidades. Tengo una emoción débil que pierde siempre y no tiene armadura, o es como un peón de ajedrez… entonces, ahí como víctima de la invasión de su aroma embriagador que despiertan o aturden mis sentidos, y están como agudos, aunque no sé bien distinguir; pero están fijos en ella, atentos a cualquier cambio brusco, prestos a su servicio cuantas veces lo desee, sin exigirle retribución alguna. Me basta con ver los hoyuelos en sus mejillas, soy feliz, sin que se de cuenta. El correo es lo único que tenemos en común. Mis estampillas, gustoso, se las entrego si se le cae o estropea una, aunque no le haga falta. Estamos solos detenidos por la circunstancia, tensos de no saber qué hacer e inquietos de tanta espera, y no se acerca nadie para atender o comunicarnos el porqué de lo que ocurre. Hay mucho silencio y resonancia.

No sé si se ha dado cuenta de que la miro: camina de lado a lado, avanzando, retrocediendo, pensativa. Su rostro va hacia todas partes buscando lugar dónde situarse y no voltea a mirarme; el reloj es su bastón en el que se apoya recurrentemente en este hastío. Trato de intuir qué es lo que piensa, pero no concuerdo con todas las teorías al respecto sobre ella. Finjo incomodad externa y pronuncio con voz baja «¿A dónde se habrán ido todos?», mirando los ambientes alrededor, me acerco a la ventanilla y golpeo como quien toca una puerta, a sabiendas de que está deshabitada, esperando inútilmente a que nos atiendan. Nadie. Las probabilidades de hablarle y que me responda son escasas o muchas, solo sé de ella que viene a depositar su carta para España porque una vez la oí decirlo cuando la señorita encargada del sello le preguntó, y ella asintió sonriente con cierta nostalgia ubicua. Luego deposita el sobre en el buzón y la sigo con la mirada hasta que se pierde cuando dobla en la calle siguiente hacia abajo. ¿Qué le podría decir? ¿Cómo podría iniciar sin que le resulte molesto? Yo la admiro y me cautiva su presencia, no me gustaría incomodarla y vetarme para siempre de alguna probabilidad después. Ella a mi lado revisa unas notas, las corrige con lapicero, las lee y trata de entretenerse en esa tarea pero desiste minutos después, guardando todo. ¿Qué escribiría en los papeles que sacó? ¿A quién le escribirá en España? ¿Se preguntará lo mismo sobre mí? ¿Sabrá que es importante para un desconocido? O si intuirá que, si ella no viene al correo a depositar su carta y su destino, el mío y mi carta no tendrían razón aparente de venir y depositarla. La resonancia es cada vez más definida: los pasos, las respiraciones, el aire que entra por las puertas haciendo silbidos apagados. Todo sonido gravita alrededor nuestro, es como hipnotizante.  

«Hola, ¿Vienes seguido?» dijo ella rompiendo el silencio del local, «Sí ¿y tú?» respondí sorprendido. Aún nadie había en la ventanilla. «Cada vez que vengo creo que te veo» agregué, «¿Sí?, qué casualidad siempre que vengo y desde algún tiempo me he dado cuenta que también te veo aquí» dijo ella sonriente con algo de cortesía, «¿Algún familiar en especial?» me preguntó «¿Algún Amigo?», «Sí, es para mi abuelita, mamá me pide que le escriba porque  siempre pregunta por mí… y al menos trato que no se preocupe, enviándole cartas» respondí sonriente, esperando crea mi convincente mentira y así mantener comunicación. Al escuchar mi respuesta sonrió tiernamente «Qué lindo detalle de tu parte, es muy bonito tu gesto hacia tu abuelita», «Solo trato en lo posible de que no se preocupe por mí» dije. Ambos miramos a todos lados en un momento de silencio. «¿Te has dado cuenta de cuánto tiempo estamos perdiendo, esperando a que nos atiendan?» dijo ella viendo la hora en su reloj, «Ciertamente sí, aunque no me percatado» observé también el mío haciendo un gesto de sorpresa. Luego agregué dudando «hace frío ¿no?, no sé si te parecerá bien, pero ¿por qué no vamos a beber algo enfrente y regresamos? Ya para entonces todo estará normalizado supongo. ¿Qué opinas?». Ella dirigió la mirada hacia donde había indicado, estaba una juguería de aspecto agradable, y notó que era concurrida, no le pareció mala la idea y aceptó con un gesto. «Está bien, pero un momento nada más porque tengo otras cosas pendientes por hacer», «Sí, claro, te entiendo, yo también tengo qué hacer otras cosas por la tarde» confesé concluyendo, «Entonces, vamos» y le cedí el paso hacia la salida. Cruzamos la calzada esquivando los vehículos detenidos por la luz del semáforo, y en el local noté que aún teníamos nuestras correspondencias  en nuestras manos hasta que nos sentamos. Ella sonrió y también lo hice, algo que mutuamente fue curioso y vernos andando cada quién con su carta, cruzando la calle,  saliendo del correo, guardándolas, entonces.

Una señorita con un delantal de colores primaverales se acercó para recoger los pedidos, amablemente. Ella pidió un jugo de piña sin azúcar y yo dudé qué pedir, todos los jugos parecían agradables, pero no tenía preferencia por alguno; miré a la camarera y le pedí algo caliente y me sugirió un mate y acepté. Estuvimos por un rato callados, mirando alrededor, cruzando miradas rápidas; traté de sentir el aroma del ambiente, ella miró (inquieta) el reloj de pared contrastando con el suyo, y tal vez preguntándose qué hacía ahí y si debió aceptar la invitación, nerviosa me dijo «Me casaré a fin de año». Sorprendido por la forma repentina de recibir semejante noticia y una forma extraña para empezar una conversación, agregué «Felicidades, es una hermosa noticia», «Sí, pero aún no tenemos la fecha exacta, pero será siempre en diciembre, es un mes bonito» dijo ella contenta y preguntó «¿Tú tienes novia?», «No, no la he encontrado aún, pero no creo en el matrimonio. Mas bien creo en la unión que hay entre dos cuerpos cuando se encuentran de repente y se conocen, y no buscan enlazarse por medio de instituciones complicadas de inmediato, sino que desarrollan nexos que los hacen sentir uno e indispensables para sobrevivir» dije mirándola como siempre la había mirado sin que ella se diera cuenta en el correo, «entonces, sí crees, al final» dijo ella sentenciando, y agregó «Yo me siento así con él, y aunque esté al otro lado, en España, nos amamos intensamente, él se llama Francisco, y me llama los domingos para decirme cosas bellas y dulces y, que no falta mucho para que venga» dijo ella como suspirando, «Es lindo como lo dices, algo nada usual, me alegro por ti y envidio de manera alguna a tu novio Francisco» dije algo con sorna, pero ella me miró frunciendo el rostro «¿Qué dices? Preguntó ella. «No, disculpa mi bobería, pero, sí, es bonito como lo dices» agregué.  La contemplaba sin prestar atención a sus propias palabras, ella quedó desconcertada por algunas cosas que decía, pero le parecía gracioso como lo decía. «Antes tuve una enamorada a la que amé, y le propuse matrimonio pensando que era lo correcto, entonces en mi trabajo iba bien, ahora sigo bien pero no como antes, ella me dijo no, porque no estaba segura de lo que sucedería después, yo le dije que no perdíamos nada, pero ella reparó en decirme mil cosas y que en el caso que todo fuera mal, el divorcio o mejor dicho la divorciada no era bien vista, y que no soportaría semejante peso encima y que no estaba segura, que no me conocía bien y que no teníamos suficiente tiempo de enamorados,  y que no y no… entonces no me quedó que terminar» le dije. «Pero porqué terminaste, y no le diste tiempo o se daban tiempo para conocerse mejor, así luego todo seguiría su curso normal» dijo ella, «No lo pensé en ese momento. Lo único que tenía en mente era seguir amándola, pero su respuesta me hizo pensar en tantas cosas y me hizo suponer en cómo era ella. Terminé y no he querido verla desde entonces» respondí. Mi mentira había sido muy convincente, lo que me afligió y me hizo contraer el rostro al terminar. La camarera trajo las bebidas en una charola, sin interrumpir la conversación. Ambos bebimos un buen trago.


Era absolutamente cautivadora. No dijimos nada luego y solo atinamos a reparar en lo extraño de todo. No quiero dar crédito a palabras que puedan destruir mi ilusión sobre ella y su boda, pero como dije soy una ficha sin mérito que el destino pone para hacer ensayos. Después de un momento, ella volvió a ver el reloj, se levantó y se disculpó. Hasta su manera de agradecer era cautivadora. Olvidé preguntarle su nombre o decirle el mío, ¡qué impropio! Saqué la carta de mi bolsillo y me cuestioné por qué había marginado una realidad por otra. No soy traidor, no soy débil, pero uno no deja de ser víctima de esta realidad o de otra totalmente distinta, completamente nueva, ni superior o inferior. Me encanta... me siento mal por solo creer otra cosa. Es abominable el suponer que no hay flagelo y que no esté presente en todo… «Señor, señor, sigue usted…», solo y después de esas palabras miré alrededor, llovía, todo seguía gris, miré hacia donde estaba la juguería y no había tal local. Estaba solo como desde un principio y avancé resignado.

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