FELIZ CUMPLEAÑOS

 


CUMPLEAÑOS

 

«¡Feliz cumpleaños, Boris!», sonreí, forzando la frase delante de él; tenía la cara demacrada, se veía débil y, quizá el saludo sería un consuelo paliatorio en ese momento. Las frases y tarjetas de cumpleaños, son un gran gesto, luego de nada para tratar de aliviar su pena. Todos le sonreímos sin más, como buitres este día, estamos alrededor, nos mira, nos sonríe y trata de decirnos algo acorde, pero le detuvimos para que su esfuerzo no perjudique su condición, sonríe agradecido, mostrándonos sus dientes amarillos y sarrosos, compartiendo su aliento putrefacto de frutas y antibióticos. Este piso no tiene ventilación, las paredes están raídas a causa de la humedad, paredes verdeclaro con grandes motas de vinagre en todas partes, como el recuerdo de aquella vez frente a una donde me increpó «¡para qué estás aquí si no vas dar un pie que nos permita avanzar!»; estoy harto de verlo ahí exhibido como en un escenario deshumano, ¿por qué vinimos?, si nunca estuvo de acuerdo en visitar a un enfermo porque no quería mostrar debilidad, eso pensaba. Mejor si terminamos rápido esta visita y no regresamos nunca. Por qué no se fue cuando tuvo la oportunidad de irse con mejor semblante y no vivir esta espera, es difícil tomar la rienda de algunas decisiones y eso también lo sabía. Siempre sostuvo una firmeza dura y crítica… era duro y ajeno, le daba igual compartir un ambiente, pero adoraba su soledad. Mirarlo ahora en su condición que es difícil de percibir, sonriendo nos saca la lengua, su mejor mueca y piensa en voz alta «¿quién lo diría?». Bocaditos, cerveza, todo a escondidas, menos mi número de teléfono grabado en su llavero; no nos esperaba, pero también es cierto que yo no vendría solo y eso lo sabía. Darío, Ernesto y Gerardo me acompañarían solidariamente como otras tantas veces dónde Boris era protagonista de alguna trifulca estúpida de fanáticos. Venir sabiendo que él nos esperaría complacido, no debimos haber venido, pero aún así nada tiene reparo, no somos actores, pero desempeñamos nuestros roles tragicómicos de manera brillante, No hubiera sido posible sin la imprescindible dirección de nuestro querido Boris, a él le debemos todo y todas nuestras malas experiencias de crecer en la universidad, el alcohol, las fiestas, más alcohol, menos fiestas, alcohol, nada de amigas y peleas para cerrar la noche. Oh, sí, nuestro reconocimiento y calurosos aplausos; tenía una mente lúcida, sobrio, hasta que ebrio y ciego de cordura perdía todo tino y sutileza con extraños y lanzaba sus ideas a boca de jarro, ninguneando de la manera más peyorativa todo lo que no compartía. Aun así, parábamos juntos los cuatro arriba abajo, la mayor cantidad de veces. Porque nos reconocían por ser amigos del levantapleitos, y eso era como una insignia del que nos ufanábamos. Nunca necesitó decir algo para que se realice cualquier cosa, su mirada, sus posturas, su actitud, fue algo que nos enseñó ha aprender y ha descifrar porque era exageradamente reservado, no sabíamos si lo que se hacía era porque nosotros queríamos realmente o porque él lo quería, siempre hubo esa ambigüedad. Su cabello de medio tamaño, grasoso, perfilaba en él un estilo de desbaratado, aunque ahora sigue igual con la diferencia que no deja de saludar a todos con una sonrisa putrefacta. Hemos crecido con él, ¿Cuántos años cumple? ¿Cuántas enamoradas tuvo? ¿Cuántas veces nos embriagamos juntos? No lo sabemos y estamos mirándolo como si lo conociésemos, sonriéndole y loando nuestras aventuras comunes, también sonríe de la mejor manera posible, teniendo que soportar a extraños conocidos, en una etapa que no quisiera revivir jamás, que ahora lo tiene postrado y babeante, abandonado. Estamos esperando el término de la hora de visita, cautelosos de no desarrollar una alegría aliviadora en nuestros rostros, no reparamos vergüenza alguna de nuestro comportamiento, pero yo no soporto más todo esto como al igual los demás y el mismo Boris ha percibido la incomodidad y nos mira sin más remedio que esperar el momento para decirnos hasta pronto, porque decir otra cosa sería impropio para todos en un día como hoy que cumple años. Hasta pronto. Dijimos.

 

A la semana siguiente enterraron a Boris en un cementerio alejado de la ciudad, sin muchas pompas ni mucha gente. Nadie lloró, los pocos que estuvieron siguieron el cortejo fúnebre sin lágrima alguna o congoja, todo se realizó en una absoluta tranquilidad, no había ningún familiar y todas aquellas personas que desconocía (me dijeron luego) que habían sido contratadas por la funeraria, no supe porqué, pero quizá también lo entendía. No vinieron Ernesto, Darío y Gerardo, a mí me llegó una tarjeta, por decirlo así, que era manuscrita con la dirección del cementerio con la fecha y hora. Un hombre, por la mañana vino para dejarme un papel dentro de un sobre, identificándose como empleado de la funeraria, no dijo nada más y se marchó. Había mucho sol y el calor fue intenso, sofocante, nada propicio para un entierro, pero todo se realizó rápido, sin misa, metieron el ataúd al nicho y lo sellaron sin demora, la gente se dispersó por las galerías más próximas al sellarse, nadie dijo nada y no volvieron el rostro por última vez, el maestro terminaba su trabajo en el nicho y cuando no hubo más que hacer, se retiró silencioso, llevándose sus instrumentos. Me encontraba en un lugar lejano, silencioso, y corría fuerte viento. Este cementerio, esta galería, todo en un lugar preciso y dispuesto para que nadie llegara a visitarlo, y si llegasen, no encontrarían en la galería el lugar porque no tenía su nombre solo sus iniciales marcadas por el operario en el cemento fresco y la fecha. Entonces, cogí un palito y aprovechando lo fresco de la mezcla agregué «¿quién lo diría?», y me fui.


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