La noche anterior

 


LA NOCHE ANTERIOR


Levanté la mirada bajo la expectación de todos esperando a que empezara, entonces comencé.

Entre la serie de errores y eventos suscitados, me habían embotellado dos por la madrugada y aún me recuperaba de la noche. Estaba camino al cuarto, eufórico y encendido por las pastillas que me tenían poseso. Esperaba a que no llegara el bajón, pero seguí sin prisa. Por alguna razón me vino a la memoria, o el problema tiene solución y es inútil preocuparse o el problema no tiene solución y es inútil preocuparse; es fácil decirlo y  pensarlo. Qué cagada con Aristóteles. El paisaje de la campiña, las vacas pastando, el aroma fresco y diferente a una calle cualquiera de la ciudad, tranquilizan, aún con el sol, por delante.

Caparó venía normalmente dos noches por semana con el frenesí y la nostalgia, tomaba posesión donde le parecía y bebía el ron como si de refresco se tratara, después de llorar, saltaba sobre mí y me tomaba también. Sus ojos color de la caoba, sus labios finos y delicados, sus cabellos castaños del color de la miel, su menudo y pequeño cuerpo, hipnotizaban sin desear.

⸺¿Por qué me soportas?, eres muy tierno ⸺dijo, volteando el rostro.

El silencio contestó las preguntas al aire, que ella también soltó sin dirección.

⸺Estoy enamorada de Fred, sabes, pero no sé cómo hacerlo notar, él es tan serio. No es cómo tu que tienes esa mirada transparente, contemplativa y cálida… ⸺decía todo ese rollo mirando el techo entre sonrisas y regurgitaciones.

⸺Por favor evita vomitar en mis sábanas ⸺dije sin prestar atención a nada de lo que decía.

Que se joda Fred y ella también, como si algo de ellos me pudiese interesar. Tenía pendientes en el aire importantes como para detenerme en nimiedades. Ella bebía más ron y cada beso suyo estrujaba mis sentidos, compartiendo así el melancólico tránsito hacia la embriaguez.

Cuando su tristeza se extravasaba como un mar tempestuoso con olas que iban como lo haría el humo de una bocanada, curva y espiral, caímos presos del vértigo,  juntos y embebidos en nuestras confusiones, a la deriva sin remo ni dirección; entonces desperté y quedé vigilante a que no se rompiese la cápsula que la cubría en el descenso. Así por todo el Aqueronte. Caparó no estaba. Alrededor, escudriñando superficialmente todo lo que me rodeaba, tenía impregnado su esencia y por alguna sinrazón sentí que yo tampoco estaba.

Salí en busca de ella, tal vez mi única excusa para entrar a cualquier sitio, beber algo, fumar algo, hablar sobre algo. Ir por la calle Melgar zigzagueando entre la soledad, el pasado y el silencio, las penumbras resaltaban la arquitectura antigua, así como la plaza y las graderías que conducen a la iglesia. Al cruzar la pista y entrar en la calle San Francisco, la música te invade, las veredas están ocupadas por quienes esperan a entrar a los locales mientras van haciendo numeroso el grupo, fumando, conversando, compartiendo la colilla de marihuana, casi un rito para empezar la noche.

En la disco habían unos cuantos, tome lugar para beber un ron cola. Empezaba la movida rave, todo se ponía mejor. Entre períodos cortos, alguien en el frenesí del ritmo tocaba una campana colgada a la mitad de la pista de baile. Simple y mágico complemento.

⸺¡Ven, vamos, acompáñame! ⸺era ella eufórica y cogiéndome de la mano, me jaló a la pista de baile⸺ ¿Qué has estado haciendo?, tengo algo que nos pondrá al cien, lo llevo aquí⸺ hizo una mueca señalando sus pechos.

Nunca he tenido vicios, ni aprehensión por nada, pero a ella le debo todas experimentaciones que mi cuerpo ha sabido bien llevar con las drogas.

Me llevó al baño, rebuscó entre sus senos y sacó una bolsa e intuí qué era, armó tres líneas, ella esnifó dos y salimos encendidos.

⸺¡Creo que esta fiesta está… rebuena! ⸺grité pensando que no me oía. Deje fluir los pasos soltando el ritmo enclaustrado del cuerpo, en una mezcla de salsa y pogo y con la campana sonando mi espíritu despertó sus impulsos.

Caparó se perdió entre la gente, alguien me invitó pastillas y todo se puso mejor, luego salimos  por más, riendo.

⸺Tenemos que ir por abajo ⸺dijo alguien sugiriendo ir de prisa.

⸺¿Pero no es muy tarde? ⸺pregunté con incierto.

Fuimos calle abajo, después de cruzar la plaza de armas, bebiendo de pico y fumando. El silencio que habitaba la calle se desvanecía con nuestra presencia mientras avanzábamos por  Álvarez Thomas. No sabía a dónde nos dirigíamos, pero éramos varios y no tuve temor por nada. La gravedad de la situación me despertó, estaba corriendo tambaleando, todos corrían en direcciones opuestas. Los gritos desesperados de ayuda me contuvieron la prisa, y no pude seguir la huida.

⸺¡Déjalo, mierda! ⸺Me abalance por la espalda abrazando de los hombros abajo, él también sujetaba a mi amigo, la voluntad y desesperación sacaron fuerzas ocultas que estrujé sin miedo el cuerpo, sacudiéndolos hasta que los brazos del tipo cedieron, soltando, lo arroje al filo de la berma. Dándome unos segundos para escapar.

«¡Corre, corre!», escuché sin voltear, subí a un taxi y pedí arrancar, pero no hizo caso y siguió indiferente. Un grupo de extraños venían a mi encuentro. El taxista no se movía.

Logré salir del auto por una de las puertas traseras y corrí sin rumbo, como un caballo desbocado, esquivando temerariamente todo obstáculo.

Terminé por recostarme y encogerme en un montículo de pasto junto a un árbol a esperar la mañana. Encontré una pastilla en los bolsillos, la partí y arroje una de las mitades sin pena. Pensé en Caparó entrando a mi cuarto trayendo algo consigo, tal vez una sonrisa, es bonito pensarlo de ese modo. Claro está, hubiera sido mejor así, entonces no tendría que contarles esto; queridos amigos, dije con sorna.




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